miércoles, 20 de agosto de 2008

Día 5. Midelt-Merzouga


Kilómetros: 160. Tiempo: 2 h 45 min.

De nuevo en camino. Salimos temprano para rodear las montañas del Gran Atlas que nos separan del desierto. No hay mucho tráfico y vamos relativamente rápido hasta que nos encontramos con una expedición de casi 15 autocaravanas italianas que se dirigen también hacia el sur.
No tuvimos más remedio que ponernos a la cola hasta que llegamos al mirador que domina el espectacular palmeral de las Gargantas del Ziz, donde paramos todos. Las vistas son espectaculares, pero en cuanto vimos que los italianos se marchaban, nos lanzamos a nuestros coches a la carrera para ponernos "en cabeza".

La siguiente parada fue poco antes de la hora de comer, en Erfoud, pueblo de acceso al desierto. Y ahí el calor sí que era "propio del desierto": ¡más de 40 grados!
Alí el Cojo vino a buscarnos porque se encontraba en la ciudad por casualidad, y nos explicó cómo llegar hasta su hotel en Merzouga. "Donde mejor vais a comer es en el hotel, iros ya para allá", nos dijo con su sonrisa de niño grande.



Y allá nos fuimos. Cogimos la carretera predesértica hacia Rissani, y de ahí a Merzouga. Cuando llegamos al cartel que anunciaba el albergue de Alí el Cojo, cogimos la pista de tierra negra y polvorienta que conducía hasta la puerta del hotel. Los niños empezaron a ver los primeros espejismos, las primeras dunas, los primeros dromedarios.

En el albergue nos estaban esperando para comer. Luego, los niños se metieron en la piscina y ya no salieron hasta casi la hora de merendar.

Cuando empezó a caer el sol, salimos a las afueras del albergue porque vimos dos porterías y un grupo de niños jugando al fútbol. ¿Hacía un partido con seis niños españoles? Los niños de Merzouga accedieron fácil a jugar.

"Pero si no tienen zapatillas de fútbol! -dijo uno de los nuestros. Y sin embargo, no veas cómo corrían todos sobre el pedregal polvoriento tras el balón, chutando a gol, regateando, saltando. Resultado final: empate. La luz se iba a pasos agigantados y volvimos al albergue.

La cena fue al aire libre, en la terraza del albergue. Una ensalada y una gran fuente de cuscus, a la luz de las estrellas -no hubiera estado mal alumbrar las mesas con unas velitas, pero al menos, el sabor de la comida era bueno-, acompañados de la música de la guitarra y los tambores de los chicos de Alí.

Sentados frente a unos vasitos de té a la menta, Alí nos contó que tiene 7 hermanos y que él y su hermano Said son los más pequeños, aunque en el albergue da trabajo a varios sobrinos. Él empezó como guía de los 4x4 que hacían excursiones al desierto hasta que le pidieron alojamiento en Merzouga y hace 10 años empezaron a construir el albergue. Ahora, además del albergue, tiene 3 o 4 campamentos de jaimas en el desierto para las excursiones y ya está pensando en construir otro albergue, algo más "lujoso".

En el albergue, lo que dice Alí es sagrado. Y es que Alí sabe lo que se hace, sabe tratar a la gente con su simpatía, su cercanía, y su "oficio": la habilidad para saber qué quieren sus huéspedes y dárselo.

Los niños hacía tiempo que se habían quedado dormidos sobre las bancadas, cuando empezaba a soplar una mínima brisa.

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